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Archive for junio 2012

A los pies de tu cama, como un perro,
se echó mi corazón.

Noche tras noche
gime calladamente su reproche
y sufre injustamente su destierro.

Allí está. Nada importa que lo aparte
tu pie pequeño y cruel.

Allí, en la sombra,
calla el grito de amor con que te nombra,
para no despertarte.

Noche tras noche, hasta que llega el día,
gime un reproche y sufre su destierro.
Tú no lo sabes, —nadie lo sabría.
Y a los pies de tu cama, como un perro,
mi corazón espera todavía.

José Ángel Buesa

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Desengaño

¿Es tan fácil darse cuenta cuando a uno no lo quieren?
¿Basta con mirar al otro fijamente a los ojos? ¿Alcanza con verlo moverse en el mundo? ¿Es suficiente con preguntarle o preguntarme…?
Si así fuera, ¿cómo se explica tanto desengaño? ¿Por qué la gente se defrauda tan seguido si en realidad es tan sencillo darse cuenta de cuánto les importamos o no les importamos a los que queremos?
¿Cómo puede asombrarnos el descubrimiento de la verdad del desamor?.
¿Cómo pudimos pensarnos queridos cuando en realidad no lo fuimos?
Tres cosas hay que impiden nuestra claridad.
La primera está reflejada en el cuento La Ejecución que relato en Recuentos para Demián.

La historia (un maravilloso cuento nacido en Oriente hace por lo menos 1500 años) cuenta, en resumen, de un rey poderoso y tiránico y de un sacerdote sabio y bondadoso. En el relato, el sabio sacerdote planea una trampa para el magistrado. Varios de sus discípulos se pelean para que el rey los condene a ser decapitados. El rey se sorprende de esta decisión suicida masiva y empieza a investigar hasta que “descubre” en las escrituras sagradas un texto que asegura que quien sea muerto a manos de un verdugo el primer día después de luna llena, renacerá y será inmortal. El rey, que lo único que teme es la muerte, decide pedirle a su verdugo que le corte la cabeza en la mañana del día señalado.

…Eso fue lo que sucedió y, por supuesto, por fin el pueblo se liberó del tirano. Los discípulos preguntaron:
– ¿Cómo pudo este hombre que oprimió a nuestro pueblo, astuto como un chacal, haberse creído algo tan infantil como la idea de seguir viviendo eternamente después que el verdugo cortara su cabeza?
Y el maestro contestó:
– Hay aquí algo para aprender… Nadie es mas vulnerable a creerse algo falso que aquel que desea que la mentira sea cierta.
¿Cómo no voy a entender que miles de personas vivan sus vidas en pareja o en compañía creyendo que son queridas por aquel que no las quiere o por el que no las quiso nunca?
Quiero, ambiciono y deseo tanto que me quieras, tengo tanta necesidad de que vos me quieras, que quizás pueda ver en cualquiera de tus actitudes una expresión de tu amor.
Tengo tantas ganas de creerme esa mentira (como el rey del cuento), que no me importa que sea evidente su falsedad.
Schopenhauer lo ilustra en una frase sugiriendo que “se puede querer, pero no se puede querer que lo quiere”.

La segunda causa de confusión es el intento de erigirse en parámetro evaluador del amor del prójimo. Por lo menos desde el lugar de comparar lo que soy capaz de hacer por el amado con lo que el o ella hacen por mi.
El otro no me quiere como yo lo quiero y mucho menos como yo quisiera que me quiera, el otro me quiere a su manera.
El mundo está compuesto por seres individuales y personales que son únicos y absolutamente irreproducibles. Y como ya dijimos, la manera de el no necesariamente es la mía, es la de el, porque el es una persona y yo soy otra. Además, si me quisiera exactamente a mi manera, el no sería el, el sería una prolongación de mi.

Ella quiere de una manera y yo quiero de otra, por suerte para ambos.
Y cuando yo confirmo que ella no me quiere como yo la quiero a ella, ni tanto ni de la misma manera, al principio del camino me decepciono, me defraudo y me convenzo de que la única manera de querer es la mía. Así deduzco que ella sencillamente no me quiere. Lo creo porque no expresa su cariño como lo expresaría yo. Lo confirmo porque no actúa su amor como lo actuaría yo.
Es como si me transformara, ya no en el centro del universo sino en el dueño de la verdad: Todo el mundo tiene que expresar todas las cosas como yo las expreso, y si el otro no lo hace así, entonces no vale, no tiene sentido o es mentira, una conclusión que muchas veces es falsa y que conduce a graves desencuentros entre las personas.
En la otra punta están aquellos que frente al desamor desconfían de lo que perciben porque atenta contra su vanidad.
A medida que recorro el camino del encuentro, aprendo a aceptar que quizás no me quieras.

Y lo acepto tanto desde permitirme el dolor de no ser querido como desde la humildad.
Hablo de humildad porque esta es la tercera razón para no ver:

“¡Como no me vas a querer a mi, que soy tan maravilloso, espectacular, extraordinario!. Donde vas a encontrar a otro, otra, como yo, que te quiera como yo, que te atienda como yo y te haya dado los mejores años de su vida. Cómo no vas a quererme a mi…”
Es fácil no quererme a mi como no querer a cualquier otro.

El afecto es una de las pocas cosas cotidianas que no depende sólo de lo que hagamos nosotros ni exclusivamente de nuestra decisión, sino de que, de hecho, suceda. Quizás pueda impedirlo, pero no puedo causarlo. Sucede o no sucede, y si no sucede, no hay manera de hacer que suceda, ni en mi ni en vos.
Si me sacrifico, me mutilo y cancelo mi vida por vos, podré conseguir tu lástima, tu desprecio, tu conmiseración, quizás hasta tu gratitud, pero no conseguiré que me quieras, porque eso no depende de lo que yo pueda hacer.
Cuando mamá o papá no nos daban lo que les pedíamos, les decíamos “sos mala/o, no te quiero mas” y ahí terminaba todo.
La decisión de dejar de amar como castigo.
Pero los adultos sabemos que esto es imposible. Sabemos que no existe nuestro viejo conjuro infantil “corto mano y corto fierro…”.

LA CREENCIA DEL AMOR ETERNO

Quizás el mas dañoso y difundido de los mitos acerca del amor es el que promueve la falsa idea de que el “verdadero amor” es eterno. Los que lo repiten y sostienen pretenden convencernos de que si alguien te ama, te amará para toda la vida, y que si amás a alguien, esto jamás cambiará.

Y sin embargo, a veces, lamentable y dolorosamente, el sentimiento se aletarga, se consume, se apaga y se termina… Y cuando eso sucede, no hay nada que se pueda hacer para impedirlo.
Estoy diciendo que se deja de querer.
Claro, no siempre, pero se puede dejar de querer.
Cree que el amor es eterno es vivir encadenado al engaño infantil de que puedo reproducir en lo cotidiano aquel vínculo que alguna vez tuve real o fantaseado: el amor de mi madre: un amor infinito, incondicional y eterno.
Dice Lacan que es éste el vínculo que inconscientemente buscamos reproducir, un vínculo calcado de aquel en muchos aspectos.
Ya hablaremos de esta búsqueda y de la supuesta eternidad cuando lleguemos al tema de la pareja, pero mientras tanto deshagamos, si es posible para siempre, de la idea del amor incólume y asumamos con madurez, como Vinicius de Moraes, que

el amor es una llama que consume
y consume porque es fuego,
un fuego eterno… mientras dure.

Mi consultorio, en problemas afectivos, se divide en tres grandes grupos de personas: aquellas que quieren ser queridas mas de lo que son queridas, aquellas que quieren dejar de querer a aquel que no las quiere mas porque les es muy doloroso, y aquellas que les gustaría querer mas a quien ya no quieren, porque todo sería mas fácil.
Lamentablemente, todos se enteran de las mismas malas noticias: no solo no podemos hacer nada para que nos quieran, sino que tampoco podemos hacer nada para dejar de querer.
Que fácil sería todo si se pudiera elevar el quererómetro apretando un botón y querer al otro mas o menos de lo que uno lo quiere, o girar una canilla hasta conseguir equiparar el flujo de tu emoción con el mío.
Pero las cosas no son así. La verdad es que no puedo quererte mas que como te quiero, no podés quererme ni un poco mas ni un poco menos de lo que me querés.
Bien, ya sabemos lo que No Es. Pero ¿qué es realmente el amor?.

Extraído del libro «El Camino del Encuentro» de Jorge Bucay

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Quizás…

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En el campo de la salud mental, muchas veces nos encontramos con alguien que mal aprendió, sin darse cuenta, que querer es golpear, y termina casándose con otro golpeador para sentirse querido (muchas de las mujeres golpeadas han sido hijas golpeadas).
Durante siglos se ha maltratado y lastimado a los niños mientras se les decía que esto era para el bien de ellos: “Me duele mas a mi que a vos pegarte”, dicen los padres.
Y a los cinco años, uno no está en condiciones de juzgar si esto es cierto o no.
Y uno condiciona su conducta.
Y uno sigue, muchas veces, comiendo mierda y creyendo que es nutritivo.

Cuando trabajé con adictos durante la época de especialización como psiquiatra, atendí a una mujer que tenía un padre alcohólico . la conocí en la clínica donde su marido estaba internado. Durante muchos años ella acompañó a su esposo a los grupos de alcohólicos anónimos para tratar de que superara su adicción, que llevaba mas de doce años. Finalmente, le estuvo en abstinencia durante 24 meses. La mujer vino a verme para decirme que, después de 17 años de casados, sentía que su misión ya estaba cumplida, que el ya estaba recuperado… Yo, que en aquel entonces tenía 27 años y era un médico recibido hacía muy poco, interpreté que en realidad lo que ella quería era curar a su papá, y entonces había redimido la historia de curar al padre curando a su marido. Ella dijo: “Puede ser, pero ya no me une nada a mi marido, he sufrido tanto por su alcoholismo, que me quedé para no abandonarlo en medio del tratamiento, pero ahora no quiero saber mas nada con el”. El caso es que se separaron. Un años después, incidentalmente y en otro lugar, me encontré con esta mujer que había hecho una nueva pareja. Se había vuelto a casar… con otro alcohólico.

Estas historias, que desde la lógica no se entienden, tienen mucho que ver con la manera en que uno transita sus propias cosas irresueltas, cómo uno entiende lo que es querer.

Querer y mostrarte que te quiero pueden ser dos cosas distintas para mi y para vos. Y en estas, como en todas las cosas, podemos estar en absoluto desacuerdo sin que necesariamente alguno de los do esté equivocado.

Por ejemplo: yo se que mi mamá puede mostrarte que te quiere de muchas maneras. Cuando te invita a su casa y cocina comida que a vos te gusta, eso significa que te quiere, ahora, si para el día que estás invitada ella prepara dos o tres de esas deliciosas comidas árabes que implican amasar, pelar, hervir y estar pendiente durante cinco o seis días de la cocina, eso para mi mamá es que te ama. Y si uno no aprende a leer esta manera, puede quedarse sin darse cuenta de que para ella esto es igual a decir te quiero. ¿Es eso ser demostrativa?. ¡Que sé yo!. En todo caso esta es su manera de decirlo. Si yo no aprendo a leer el mensaje implícito en estos estilos, nunca podré decodificar el mensaje que el otro expresa. (Una vez por semana, cuando me peso, confirmo lo mucho que mi mamá me quería ¡y lo bien que yo decodifiqué su mensaje!).

Cuando alguien te quiere, lo que hace es ocupar una parte de su vida, de su tiempo y de su atención en vos.

Un cuento que viaja por el mundo de Internet me parece que muestra mejor que yo lo que quiero decir:
Cuentan que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de 5 años se levantó de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del lado de su papá y tirando de las cobijas lo despertó.
– ¿Cuánto ganás, papá? – le preguntó
– Ehhh… ¿cómo? – preguntó el padre entre sueños.
– Que cuánto ganás en el trabajo.
– Hijo, son las doce de la noche, andate a dormir.
– Si papi, ya me voy, pero vos ¿cuánto ganás en el trabajo?
El padre se incorporó en la cama y en grito ahogado le ordenó:
– ¡Te vas a la cama inmediatamente, esos no son temas para que vos pregunte! ¡¡y menos a la medianoche!! – y extendió su dedo señalando la puerta.
Ernesto bajó la cabeza y se fue a su cuarto.
A la mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la cena el padre decidió contestarle al hijo.
– Respecto de la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 pesos pero con los descuentos me quedan unos 2.200.
– ¡Uhh!… cuánto que ganás, papi – contestó Ernesto.
– No tanto hijo, hay muchos gastos.
– Ahh… y trabajás muchas horas.
– Si hijo, muchas horas.
– ¿Cuántas papi?
– Todo el día, hijo, todo el día.
– Ahh – asintió el chico, y siguió – entonces vos tenés mucha plata ¿no?.
– Basta de preguntas, sos muy chiquito para estar hablando de plata.
Un silencio invadió la sala y callados todos se fueron a dormir.
Esa noche, una nueva visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez traía un papel con números garabateados en la mano.
– Papi ¿vos me podés prestar cinco pesos?
– Ernesto… ¡¡son las dos de la mañana!! – se quejó el papá.
– Si pero ¿me podés…
El padre no le permitió terminar la frase.
– Así que este era el tema por el cual estás preguntando tanto de la plata, mocoso impertinente. Andate inmediatamente a la cama antes de que te agarre con la pantufla… Fuera de aquí… A su cama.
Vamos.
Una vez más, esta vuelta puchereando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.
Media hora después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de la madre o simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al cuarto de su hijo. Desde la puerta escucho lloriquear casi en silencio.
Se sentó en su cama y le habló.
– Perdoname si te grité, Ernesto, pro son las dos de la madrugada, toda la gente está durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podés esperar hasta mañana?.
– Si papá – contestó el chico entre mocos.
El padre metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera de extrajo un billete de cinco pesos. Lo dejó en la mesita de luz y le dijo:
– Ahí tenés la plata que me pediste.
El chico se enjuagó las lágrimas con la sábana y saltó hasta su ropero, de allí sacó una lata y de la lata unas monedas y unos pocos billetes. Agregó los cinco pesos al lado del resto y contó con los dedos cuánto dinero tenía.
Después agarró la plata entre las manos y la puso en la cama frente a su padre que lo miraba sonriendo.
– Ahora si – dijo Ernesto – llego justo, nueve pesos con cincuenta centavos.
– Muy bien hijo, ¿y que vas a hacer con esa plata?
– ¿Me vendés una hora de tu tiempo, papi?.

Cuando alguien te quiere, sus acciones dejan ver claramente cuánto le importás.Yo puedo decidir hacer algo que vos querés que haga en la fantasía de que te des cuenta de cuánto te quiero. A veces si y a veces no. Aunque no esté en mi, despertarme de madrugada el 13 de diciembre, decorar la casa y prepararte el desayuno empapelando el cuarto con pancartas, llenándote la cama de regalos y la noche de invitados… sabiendo cuánto te emociona, puedo hacerlo alguna vez. Cuando yo tenga ganas. Pero si me impongo hacerlo todos los años sólo para complacerte y lo hago, no esperes que lo disfrute. Porque si no son las cosas que yo naturalmente quiero hacer, quizás sea mejor para los dos que no las haga.
Ahora bien, si o nunca tengo ganas de hacer estas cosas ni ninguna de las otras que sé que te gustan, entonces algo pasa.
Con la convivencia yo podría aprender a disfrutar de agasajarte de alguna de esas maneras que vos preferís. Y de hecho así sucede. Pero esto no tiene nada que ver con algunas creencias, mas o menos aceptadas por todos, que parecen contradictorias con lo que acabo de decir y con las que, por supuesto, no estoy de acuerdo.
Hablo específicamente sobre los sacrificios en el amor.
A veces la gente me quiere convencer de que mas allá de la idea de ser feliz, las relaciones importantes son aquellas donde uno es capaz de sacrificarse por el otro. Y la verdad es que yo no creo que el amor sea un espacio de sacrificio. Yo no creo que sacrificarse por el otro garantice ningún amor, y mucho menos creo que ésta sea la pauta que reafirma mi amor por el otro.

El amor es un sentimiento que avala la capacidad para disfrutar juntos de las cosas y no una medida de cuánto estoy dispuesto a sufrir por vos, o cuánto soy capaz de renunciar a mi.

En todo caso, la medida de nuestro amor no la podemos condicionar al dolor compartido, aunque éste sea parte de la vida. Nuestro amor se mide y trasciende en nuestra capacidad de reconocer juntos este camino disfrutando cada paso tan intensamente como seamos capaces y aumentando nuestra capacidad de disfrutar precisamente porque estamos juntos.

LOS “TIPOS” DE AMOR, UNA FALSA CREENCIA

Cada vez que hablo sobre estos temas en una charla o en una entrevista, mi interlocutor argumenta “depende de que tipo de amor hablemos”.
Yo entiendo lo que dicen, lo que no creo es que existan clases o clasificaciones diferentes de amor determinadas por el tipo de vínculo: te quiero como amigo, te quiero como hermano, como primo, como gato, como tío… como puerta (?).
Voy a hacer una confesión grupal: Esto de los diferentes tipos de afecto lo inventó mi generación hace mas o menos 40 o 50 años, antes no existía. Dejame que te cuente. En aquel entonces, los jóvenes adolescentes o preadolescentes cruzábamos nuestros primeros vínculos con el sexo opuesto en las salidas “en barra” (grupos de 10 o 12 jóvenes que salíamos los sábados o nos quedábamos en la casa de alguno o alguna de nosotros escuchando música o aprendiendo a bailar). En estos grupos pasaba que, pro ejemplo, yo me percataba de la hermosa Graciela. Y entonces le contaba a mis amigos y amigas (a todos menos a ella) que el sábado iba a hablar con Graciela y confesarle que estaba enamorado de ella (y seguramente Graciela también se enteraba pero hacía como que no sabía). Así, el sábado, un poco mas producido que de costumbre (como se dice ahora) yo me acercaba a Graciela y me “tiraba” (una especie de declaración-propuesta naïve) y ella, que no tenía la menor intención de salir conmigo porque le gustaba Pedro, pero pertenecíamos al mismo grupo, ¿qué me podía decir?. El grupo la podía rechazar si me hacía daño, no podía decirme: “Salí gordo, ¿cómo pensás que me puedo fijar en vos?”. No podía. Y entonces Graciela y las Gracielas de nuestros barrios nos miraban con cara de carnero degollado y nos decían: ”No dulce, yo a vos te quiero como a un amigo”, que quería decir: “no cuentes conmigo, idiota”, lo que nos dejaba en el incómodo lugar de no saber si festejar o ponernos a llorar, porque no era un rechazo, no, era una confusión de amores.
Entonces no sabía (y después nunca supe muy bien) que quería decir te quiero como a un amigo, pero yo también empecé a usarlo: te quiero como amiga. Una historia práctica para no decir que mas allá del afecto no quiero saber nada con vos. Una respuesta funcional que supuestamente pone freno a las fantasías sexuales (como si uno no pudiera tener un revuelco con un amigo…)
Así empezó y luego se extendió:
Si no existe ni siquiera la mas remota posibilidad, entonces es: “te quiero como a un hermano” (que quiere decir, presentame a Pedro).
Y si la persona que propone es un viejo verde o una veterana achacada, entonces hay que decir: “te quiero como a un padre (o como a una madre)”, respuesta que, por supuesto, nunca evita la depresión…

Vivimos hablando y calificando nuestros afectos según el tipo de amor que sentimos…
Y sin embargo, pese a nosotros, y a los usos y costumbres, no es así.
El amor es siempre amor, lo que cambia es el vínculo, y esto es mucho mas que una diferencia semántica.
El ejemplo que yo pongo siempre es:
Si yo tengo una ensaladera con lechuga, le puedo agregar tomate y cebolla y hacer una ensalada mixta, o le puedo agregar remolacha, tomate, zanahoria, huevo duro y un poquito de chaucha y tendré una completa. Le puedo agregar pollo, papa y mayonesa y obtendré un salpicón de ave. Finalmente un día le puedo poner miel, azúcar y aceite de tractor y entones quedará una basura con gusto espantoso. Y será otra ensalada.
Las ensaladas son diferentes, pero la lechuga es siempre la misma.
Hay algunos afectos que a mi me resultan combinables y algunos afectos que me resultan francamente incompatibles.
Lo que cambia en todo caso es la manera en la que expreso mi amor en el vínculo que yo establezco con el otro, pero no el amor.
Son las otras cosas agregadas al afecto las que hacen que el encuentro sea diferente.
Puedo ser que además de quererte me sienta atraído sexualmente, que además quiera vivir con vos o quiera que compartamos el resto de la vida, tener hijos y todo lo demás. Entonces, este amor será el que se tiene en una pareja.
Puede ser que yo te quiera y que además compartamos una historia en común, un humor que nos sintoniza, que nos riamos de las mismas cosas, que seamos compinches, que confiemos uno en el otro y que seas mi oreja preferida para contarte mis cosas. Entonces serás mi amigo o mi amiga.

Pero existe mi manera de amar y tu manera de amar. Por supuesto, existen vínculos diferentes. Si te quiero, cambiará mi relación con vos según las otras cosas que le agregamos al amor, pero insisto, no hay diferentes tipos de cariño.

En última instancia, el amor es siempre el mismo. Par bien y para mal, mi manera de querer es siempre única y peculiar.

Si yo se querer a los demás en libertad y constructivamente, quiero constructiva y libremente a todo el mundo.
Si soy celoso con mis amigos, soy celoso con mi esposa y con mis hijos.
Si soy posesivo, soy posesivo en todas mis relaciones, y mas posesivo cuanto mas cerca me siento.
Si soy asfixiante, cuando mas quiero mas asfixiante soy, y mas anulador si soy anulador.
Si he aprendido a mal querer, cuando mas quiera mas daño haré.
Y si he aprendido a querer bien, mejor lo haré cuanto mas quiera.

Claro, esto genera problemas. Hay que advertir y estar advertido.
Decirle a mi pareja que yo la quiero de la misma manera que a mi mamá y a una amiga, seguramente provoque inquietud en las tres. Pero se inquietarían injustamente, porque esta es la verdad.
Quiero a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga con el único cariño que yo puedo tener, que es el mío. Lo que pasa es que, además, a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga me unen cosa diferentes, y esto hace que el vínculo y la manera que tengo de expresar lo que siento cambie de persona en persona.
Los afectos cambian solamente en intensidad. Puedo querer mas, puedo querer menos, puedo querer un montón y puedo querer muy poquito.
Puedo querer tanto como para llegar a aquello que dijimos que es el amor, a que me alegre tu sola existencia mas allá de que estés conmigo o no.
Puedo querer muy poquito y esto significará que no me da lo mismo que vivas o que no vivas, no me da lo mismo que te pise un tren o no, pero tampoco me ocuparía demasiado en evitarlo. De hecho casi nunca te visito, no te llamo por teléfono, nunca pregunto por vos, y cuando venís a contarme algo siempre estoy muy ocupado mirando por la ventana. Pensar que podrías sentirte dolido no me da lo mismo pero tampoco me quita el sueño.

Extraído del libro «El Camino del Encuentro» de Jorge Bucay

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SI YA NO TE QUIEREN, APRENDE A PERDER Y RETÍRATE DIGNAMENTE
El olvido es una forma de libertad.
KHALIL GIBRAN

Todas las pasiones son buenas cuando uno es dueño de ellas, y todas son malas
cuando nos esclavizan.
JEAN-JACQUES ROUSSEAU

Anatomía del abandono

LA SORPRESA

No creemos que algo así pueda ocurrirnos. ¿Quién lo piensa? ¿Quién se imagina que, de pronto, la persona que amamos nos da la mala noticia de que ya no siente nada o muy poco por nosotros? Nadie está preparado y por eso la mente ignora los datos: «A veces siento que está más distante, que ya no me mira como antes, deben de ser imaginaciones mías». Pero un día cualquiera, tu pareja te dice que quiere hablar contigo y con una seriedad poco habitual y una mirada desconocida, te lo suelta a quemarropa: «Ya no te quiero, ya no quiero que estemos juntos, es mejor para los
dos…». En realidad tiene razón: es mejor para los dos, ya que ¿para qué estar con alguien que no te ama? o ¿para qué estar con alguien a quien no amas? Pero no sirve de consuelo, de nada te sirve la «lógica», porque había metas, sueños, proyectos… La ruptura no es un acto administrativo y duele hasta el alma, no importa cómo te la empaqueten.

COLAPSO Y ATURDIMIENTO

Una vez que te enteras, todo ocurre muy rápido y en el lapso de unos minutos pasas por una montaña rusa emocional. Después del impacto que genera la noticia, la angustia te hace preguntar estupideces: «¿Estás totalmente segura? ¿Lo has pensado bien?». En realidad, ¿qué más puede hacer uno sino preguntar o llorar? No obstante, el
organismo insiste y una esperanza cogida por los pelos, tan lánguida como imposible, te hace especialmente ingenuo: «¿Lo has pensado bien?… ¿No quieres tomarte un tiempo?…». ¡Como si fuera cuestión de tiempo! Y la respuesta llega como una ráfaga helada: «No, no, lo he pensado bien…». En algún momento echas mano a la manipulación: «¡No te importa hacerme daño!» o«¿Y si te arrepientes?». Silencio. No hay mucho que responder ni mucho más que agregar, eso es lo que quiere. Otra vez el llanto… La crisis va en ascenso y te da la sensación de que vas a estallar, sobre todo porque te das cuenta de que no miente. ¿Habrá algo más insoportable que la seguridad
de quien nos deja?

LA PREGUNTA INEVITABLE: ¿POR QUÉ DEJÓ DE AMARME?

Algunas posibilidades: hay otra persona, quiere reinventarse y para eso necesita estar solo (tú serías un estorbo) o, simplemente, y ésta es la peor: el sentimiento se ha apagado sin razón ni motivos especiales.
Un hombre me decía entre lamentos: «Lo que lo hace más cruel, lo que más me duele, aunque parezca absurdo, ¡es que no me ha dejado por nadie!… Nada le impide estar conmigo, sino ella misma…». Y es verdad, un desamor sin razones objetivas es más difícil de sobrellevar porque la conclusión no se asimila fácilmente: «Si no hay nada externo, ni amantes, ni crisis, ni una enfermedad… no cabe duda: ¡el problema soy yo!».
Más tarde sobreviene el repaso histórico, en el que se busca hasta el más mínimo error o se inventa: lo que hemos hecho mal, lo que podríamos haber hecho y no hicimos, los defectos que deberíamos mejorar (si se nos brindara otra oportunidad)… en fin, todo lo personal es rigurosamente examinado.

¿ME ACEPTARÍAS NUEVAMENTE SI PROMETO CAMBIAR?

Una fuerza desconocida te lleva a pensar que eres capaz de hacer un cambio extremo en tu persona y reconquistar el amor perdido (crees sinceramente que, donde hubo un romance tan maravilloso, alguna cosa debe quedar). Le cuentas la «buena nueva» a tu ex, le juras que tendrá a su lado una persona renovada y te haces un haraquiri emocional en su presencia, pero vuelves a encontrarte con el silencio aterrador de antes. Como último recurso te inventas un optimismo de segunda: «Quizá mañana cambie de parecer, quizá mañana despierte de su letargo». Y como al otro día
no pasa nada, decides esperar un poco más, y así pasan las horas, los días… Al mes, has adelgazado cinco kilos y él o ella se mantiene firme en su decisión. Una vez más: ya no te quiere. Es una realidad y te niegas a aceptarla.

VENCER O MORIR

Y cuando todo parece acabado, te sacas un as de la manga. Desde tu más tierna infancia te han enseñado que nunca había que darse por vencido y que debemos luchar por lo que consideramos justo y valioso, así que decides llevar acabo una reconquista. Pero, a cada intento, te humillas y el rechazo se confirma. Pensar que las cosas que hacemos por amor nunca son ridículas es un invento de los que se profesan afecto: el amor te doblega, hace que te arrastres y, si te descuidas, acaba contigo. Con el paso de los días, a medida que el abandono se hace evidente, tu autoestima va para abajo. Uno no puede lidiar solo, quijotescamente, contra el desamor de la pareja e intentar salvar la relación. Se necesitan dos personas, dos ganas, dos necesidades, dos que «quieran querer». Cuando verdaderamente ya no te aman, con independencia de las razones y causas posibles, hay que deponer el espíritu guerrero y no librarse a una batalla inútil y desgarradora. Luchar por un amor imposible, nuevo o viejo, deja muchas secuelas. Mejor sufrir la pérdida de una vez que someterse a una incertidumbre sostenida y cruel; mejor un realismo desconsolador que la fe que ignora razones, que nunca mueve montañas.

¿Hay otra persona?

Si tu pareja es infiel, te convertirás en un obstáculo para sus planes: el desamor que sienta por ti no será ni tan limpio ni tan honesto. Querrá quitarte de en medio para seguir libremente con su amante. Es cuestión de espacio: «Otra persona ha entrado en mi corazón y ya no cabes tú». No se trata de alejamiento transitorio, sino de exclusión y a veces de desprecio. También existe otra posibilidad que le agrega más dolor y desconcierto al que ya tienes: no sólo te deja a un lado porque hay alguien más, sino que te culpa directamente por lo ocurrido.
En lo más profundo de tu ser sabes que deberías alegrarte de que semejante personaje se haya ido de tu vida, pero la dignidad suele doblegarse ante la avalancha de interrogantes motivados por el despecho y el apego: «¿Por qué a mí?», «¿Qué tiene el otro o la otra que yo no tenga?», «¿Desde cuándo me es infiel?», «¿Es mayor que yo, tiene más dinero, es más atractivo?». Las ganas de escarbar y meterse uno mismo el dedo en la llaga tienen mucho de masoquismo y bastante de desesperación. El cómo, cuándo y dónde no pesan tanto como qué te hizo. Lo que importa es que fue infiel y no te quiere; lo otro es secundario o una forma de alimentar el morbo. ¿Realmente esperas que el universo, en su infinita bondad, te devuelva a tu pareja en perfecto estado, como si nada hubiera pasado? Los «milagros amorosos» y las «resurrecciones afectivas» son pura superstición: cuando el amor se acaba, hay que enterrarlo.

El desamor que libera

Es el lado feliz del despecho, la pérdida que merece festejarse. Quién lo iba decir: hay veces en que el desamor del otro nos quita el peso de la incertidumbre: ¡ya no tendrás que deshojar margaritas! ¡Se acabaron las indagaciones y las pesquisas existenciales! Hay dudas dolorosas que la certeza calma. Una paciente me comentaba: «Ya no estaba segura de si él me quería y durante meses traté de descifrar sus sentimientos…¡Cuánto sufrí…! Pasaba de la ilusión a la desilusión en un instante… Y es curioso, cuando me dijo que quería separarse, sentí alivio». ¿Cómo no sentirlo? ¿Cómo no reconocer que el sufrimiento de ver las cosas como son, crudamente, conlleva algo de bienestar?: «¡Ya sé a qué atenerme!». No todo desamor es malo y no todo amor es sostenible. Recuerdo a una paciente,
amante de un mafioso, a quien éste utilizaba como si fuera una esclava sexual. Tenía que estar disponible las veinticuatro horas y vivía amenazada de muerte si miraba a otro hombre. Pues bien, el truhán se enganchó a una jovencita de dieciocho años de edad y automáticamente mi paciente pasó a ser una bruja fea y vieja. Cuando
ella me preguntó qué podía hacer al respecto, le recomendé que se afeara lo más posible porque había que ayudar al destino. Al poco tiempo, la echó a la calle sin ningún tipo de miramientos. En realidad le abrió la jaula y la echó a volar. ¡Bendito el desamor que les llega a los mal casados, a los mal emparejados, a los que se hacen daño en
nombre del amor!

Propuestas para no morir de amor, cuando ya no te quieren

1. APRENDER A PERDER, AUNQUE DUELA
¿Tiene sentido perseguir algo o a alguien que ya ha escapado a tu control? Se ha ido, ya no está, ya no quiere estar. ¿Para qué insistir? Hay cosas que te son imposibles, no importa el deseo y la ganas que le pongas. ¿Qué opinarías de alguien que pataleara y se retorciera de rabia porque llueve? ¿No sería mejor sacar el paraguas
que lloriquear y protestar contra el mal tiempo? Aprender a perder es la capacidad que tiene una persona para discernir qué depende de uno y qué no, cuándo insistir y cuándo dejarse llevar por los hechos. No tiene mucho sentido «convencer» a alguien de que te quiera (el amor no sigue ese camino), pero sí puedes despejar tu mente para
dejar entrar a una persona que se sienta feliz de amarte. Es mejor que emplees cada gota de energía y sudor en sanar tu alma que invertirla en lamentarte por lo que podría haber sido y no fue. Los que se quieren a sí mismos emplean esta frase afirmativa y orgullosa, saludable a fin de cuentas: «Si alguien no me quiere, no sabe lo que se pierde».
Como consuelo, he conocido infinidad de personas que fueron abandonadas y con el tiempo terminaron agradeciendo la ruptura porque encontraron a alguien mejor para ellos. Piensa en los amores que han pasado por tu vida, en lo que representaron en su momento, en aquella adolescencia ciega y frenética de amor y míralo ahora con la perspectiva que dan los años. ¿Te provocan algún impulso irrefrenable, algún sentimiento desbordado: te agitan, te mueven, te angustian? No, ¿verdad? La memoria emocional ha dado paso a una memoria más conceptual, fría y adaptativa. Muchos de
esos recuerdos no pasan de ser una anécdota, elementos de tu historia personal y parte de tu currículum vítae afectivo. ¡Y habrías hecho cualquier cosa para mantener esas relaciones! En su momento, pensabas y sentías que morirías en cada adiós o por cada amor no correspondido, pero actualmente no te hacen ni cosquillas. Pues lo
mismo ocurrirá con la persona que hoy ha dejado de amarte: será un recuerdo más, cada vez más aséptico y distante. A medida que el tiempo transcurra y empieces a vivir tu vida, llegará la calma. No existen fármacos para este tipo de dolor, no hay una píldora para «el día después » o los seis meses posteriores, que es lo que más o menos dura un duelo. Hay que soportarlo y resistir, como si se tratara de un combate de boxeo: hoy le ganas un round al sufrimiento y mañana te lo gana él. Lo único que debe preocuparte es no perder por knockout, porque si aguantas, aunque te desplomes sobre la lona una y otra vez, te aseguro que ganarás por puntos.

2. EN LOS AMORES IMPOSIBLES: LA ESPERANZA ES LO PRIMERO QUE HAY QUE
PERDER
No futuro. Realismo crudo: el aquí y el ahora desnudo y sin analgésicos. Te han enseñado que la esperanza es lo último que debes perder —y posiblemente sea cierto en algunas circunstancias límite—, pero en el amor imposible o en el desamor declarado y demostrado, la desesperanza es un bálsamo. Si ya no te aman, no esperes nada, no anticipes positivamente: un pesimista inteligente es mejor que un optimista mal informado. Una adolescente al borde de la depresión me preguntaba: «¿Y si me vuelve a amar y yo ya no lo quiero?». Mi respuesta fue simple: «¡Te importará un
rábano si te ama o no!». Los amores tardíos son amores enclenques e indeseables. No sirven.

3. EL SESGO CONFIRMATORIO:
«AÚN ME QUIERE»
La desesperación puede llevarte a creer que, por arte de magia, todo vuelve a ser como antes: «Si lo deseo con todo mi corazón, mis sueños se harán realidad». Pura quimera con algo de alucinación. La esperanza irracional e injustificada hace que la mente distorsione la información y empecemos a ver lo que queremos ver y a sentir
lo que queremos sentir. Una mirada, una sonrisa, una mueca, un gesto, una llamada… todo es interpretado como el renacimiento del viejo amor.
Un paciente al borde del delirio me presentaba sus propios sentimientos como prueba de que su ex todavía lo amaba: «Yo sé que me quiere… Lo siento, me llega la sensación, es como una premonición…». Armado de una confianza a prueba de balas intentó la reconquista, y lo que obtuvo fue una denuncia por acoso. En otro caso, una
mujer me pidió ayuda porque su novio la había dejado por su mejor amiga. En una consulta me comentó llena de optimismo: «Ayer me lo encontré después de cuatro meses y estoy segura de que me sigue queriendo… Por cómo me miró, sé que no me ha olvidado… Fui consciente cuando me dio el beso de despedida. Es más, estoy segura
de que coqueteó conmigo…». Unos días después, sumida en la más profunda de las tristezas, me decía: «Estoy confundida, no sé qué pensar… Me acabo de enterar de que se casa con ella… ¡Me ha mandado incluso una invitación!». Jugadas de la mente, entelequias patrocinadas por un corazón que se engancha al pensamiento mágico.
«Todavía me quiere, pero no lo sabe.» ¿Habrá mayor autoengaño? Me lo dijo una jovencita que llevaba tres años de novia con alguien que nunca le había dicho que la amaba. El amor de pareja no es mágico: es el resultado de una realidad que construimos a pulso, guiados por el sentimiento y por nuestras creencias. Por desgracia,
algunas son francamente i rracionales.

4. ¿PARA QUÉ HUMILLARTE?
La humillación en cualquiera de sus formas —suplicar, jurar, «agachar la cabeza», esclavizarse o halagar excesivamente al otro—, tienen un efecto bumerán. Malas noticias para los que se adhieren a un amor sin límites: la sumisión, con el tiempo, produce fastidio. Si quedaba algo de afecto, se pierde; si había algo de respeto,
se esfuma. ¿Quieres que te tengan lástima? ¿Quieres darle más poder a la persona que no te ama? ¿Quieres agrandar su ego? ¡Si fuera tan fácil convencer al desenamorado…! ¿Cómo salvar la baja autoestima de un lacónico y lastimero: «¡Por favor, quiéreme! »? Las palabras no van a modificar el comportamiento de quien no siente nada
por ti. Acéptalo con madurez. ¿Para qué humillarte si con eso no lograrás resucitar el amor?
Un receso ayuda. Volver a hablar con tu familia, recuperar lasraíces, aquellos valores que te pertenecen y que hoy parecen desdibujarse por el afán y la desesperación de un amor que no te conviene. Métete esto en la cabeza y en el corazón: los principios no se negocian. Si quieres sufrir, llorar y acabar con todas las lágrimas, gemir en
voz alta, arrastrarte por la habitación y abrazar a tu sufrimiento desgarradoramente, hazlo, pero no entregues tu soberanía, no aplastes tu ser. Vuélvete anónimo en tu dolor. Sufre cuanto quieras, pero no hieras tu amor propio: no te regales.

5. RODÉATE DE GENTE QUE TE AME
Hay gente que se especializa en echar sal a las heridas del prójimo. ¿No te ha pasado alguna vez? Supongamos que tu «amiga del alma» te dice: «Has perdido a un gran hombre. Era el mejor, entiendo cómo te sientes…». ¿Cómo que «a un gran hombre » o «el mejor»? ¿Qué necesidad de hacer semejante comentario a una despechada casi moribunda? Los que te quieren de verdad toman partido y te defienden, intentan sacarte a flote, no importa si tienes razón o no, se preocupan por ti, y punto. Aléjate de esa mujer que adopta el papel de camarada y te recuerda a cada instante lo estúpida que has sido o que eres, y, si quieres hacer catarsis, ¡mándala a la porra! Lo mismo con aquellos amigos que pretenden ser «objetivos» y tratan de equilibrar lo que no puede equilibrarse. Me refiero a la persona que, a modo de consejo, te dice: «Es verdad que ella era una mujer muy complicada, pero debes reconocer que tú no eres nada
fácil». ¡Vaya momento de sacar a relucir defectos y debilidades! Ve despejando el camino y el hábitat afectivo.
Lo que necesitas es apoyo, soporte emocional, silencios compartidos, el golpecito en la espalda, la palabra de ánimo, el amor de los tuyos, de los que buscan mermar tu dolor. Necesitas «queridos mentirosos» que te digan que eres genial, atractivo, buen partido o cualquier otra cosa que le venga bien a tu aporreado «yo». La crítica
constructiva hay que dejarla para después de que pase el aluvión. Hay que sacarte del agujero en que has caído, y en este proceso ayudarán mucho los que te quieren de verdad. Y es ahí, en la base segura de la amistad, donde irás reconstruyendo tu capacidad de amar.

6. ALÉJATE DE TODO AQUELLO QUE TE RECUERDE A TU EX
Nada de romanticismos empalagosos. Además, ¿a qué romance te refieres si ya no hay con quien compartirlo? No necesitas visitar a solas los lugares contaminados de recuerdos afectivos. ¿Para qué ocupar «el breve espacio en que no estás» y pegarte a la música, a los olores, a los regalos? En ocasiones, meterse de lleno en el recuerdo y
sufrir hasta donde el organismo sea capaz cumple una función terapéutica, pero es mejor que estas «inundaciones» sean dirigidas por un profesional especializado en el tema. Mejor intenta crear a tu alrededor un microclima de paz que se refleje en tu interior. Limpia el lugar y genera un nuevo ambiente motivacional. Recuerda: ya no hay esperanza, te han dejado de amar, es irrecuperable. ¿A qué estás esperando? Saca, empaqueta y regala todo lo que te haya quedado de la relación. Empieza de cero, pero ¡empieza!

7. APLICA LA TÉCNICA DEL STOP
Cada vez que te llegue un pensamiento referido a él o ella, una imagen o un recuerdo, da una palmada y di en voz alta: «¡Stop!». Es un alto en el camino que desorganiza el pensamiento por unos instantes y te da un respiro. Después de intentarlo algunas veces, el stop será parte de tu lenguaje interno. No es la gran solución, pero
ayuda y alivia. No te encierres en tu propio pensamiento, ni te alejes de la gente. Conviene ir a un cine (donde no proyecten películas de amor o de vampiros tiernos), ir a comer (no al lugar donde ibas con él: tampoco pidas su plato favorito), visitara los amigos (prohibido hablar del tema)… En fin, salir a la luz pública, exponerte al mundo y al prójimo. Aunque te cueste creerlo, el Sol seguirá saliendo y el movimiento de la vida no detendrá su curso. Repito: cuando te encuentres inmerso en algún ritual negativo motivado por la nostalgia, escribiendo tu propio culebrón, aplica el «stop» y la trama se disolverá hasta un próximo capítulo.

8. RECUERDA TANTO LO BUENO COMO LO MALO
Es un sesgo típico. A la mente le gusta la añoranza, se regodea en ella y se autocompadece cada vez que puede. No tiene mucho sentido exaltar y recordar los «años gloriosos» ni los «bellos momentos». ¡Equilibra! Sin necesidad de caer en el aborrecimiento visceral, haz un balance de la información: no olvides lo negativo, no santifiques a quien ya no te ama. No endulces lo desagradable, no disculpes lo que merece rechazo. ¿No tenías buen sexo? ¿Era egoísta? ¿Te fue infiel? ¿Era indiferente? ¿No tenías de qué hablar? ¡No lo ocultes! ¡Rescátalo de la memoria, reproduce
los hechos! No digo que maldigas ni que te dejes atrapar por la venganza o el odio, lo que te propongo es tener presente lo malo de la relación. Porque si empiezas a magnificar y exagerar los atributos positivos de él o ella, será más lento y difícil elaborar el duelo. Separarse de un ángel es mucho más difícil que hacerlo de un ser humano.

9. SI TIENES HIJOS, ÚNETE A ELLOS
No me refiero al apego enfermizo. Tampoco sugiero que dejes a un lado tus otros roles para convertirte exclusivamente en padre o madre. Pero los hijos son parte de una misión que llevamos incorporada en los genes. Tus hijos son parte tuya y el amor que sientes y que ellos sienten por ti supera prácticamente todas las pruebas. Así
que vuélcate en ellos, en ese amor genuino y descontaminado; míralos como un regalo que te alegra y te hace la vida más llevadera. Ellos no tienen la culpa y te necesitan fuerte y eficiente. Por más deprimido que te sientas tienes que seguir a su lado, educándolos, cuidándolos. La fórmula parece funcionar de esta manera: tu ex te hunde, tus hijos te rescatan. Tu ex no lleva tu sangre, tus hijos son sangre de tu sangre; tu ex ya no te quiere, tus hijos te aman incondicionalmente. No sólo te realiza el amor de pareja, también lo hace el amor a los hijos.

Extraído del libro «Manual para no morir de amor» de Walter Riso

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Nos guste o no, la mayoría de los hombres buscamos quién nos cuide y se haga cargo de nosotros.
Una misteriosa tendencia infantil nos guía indefectiblemente a acurrucamos en la mujer amada y cuidadora, la baby sitter de la virilidad doblegada: la estereotipada imagen del reposo del guerrero.
Es cierto, y las investigaciones así lo demuestran: a los varones nos gusta más recibir amor, que darlo.
Algunas mujeres, quizá tratando de satisfacer una inclinación natural a brindar afecto o condicionadas por una cultura que exalta la virtud amorosa de la maternidad, se enganchan con la debilidad masculina. Les enternece la fragilidad del macho que se despoja de su máscara, el lado flojo de la musculatura, la faceta pacificadora de quien ya nada tiene que disimular.
Pero no sólo les conmueve, también les atrae.
A los hombres enclenques se les disculpan más fácilmente los errores que a los fuertes. Hay cierta permisividad justificadora, un aval protector.
Conozco a un individuo de mediana edad, infiel hasta la coronilla, al cual las mujeres le perdonan los engaños de una manera asombrosa. Su aspecto es el de un James Dean latinoamericano, con ojos tristes y profundos, algo introvertido y con una sonrisa de niño indefenso. A sus amigas y amantes les fascina hacerse cargo de él y hasta se pelean por la adopción definitiva. Una de sus víctimas me decía con lágrimas en los ojos: «Está tan solo en la
vida… él me necesita y yo debo estar ahí…».
Para no pocas mujeres, sentirse necesitadas por su pareja puede resultar más interesante que sentir la necesidad de su pareja; ser dadoras más que receptoras, como si el corazón se sobrecargara de afecto y no supieran que hacer con tanta energía: «Necesito que me necesiten».
Claro está, hay excepciones.No todas las mujeres asumen este papel. La feminidad posmoderna, tal como explica Gilles
Lipovetski en La tercera mujer, intenta reemplazar el culto a la belleza y la apología de lo maternal por un criterio más igualitario en cuanto a roles. Sin embargo, pese a los esfuerzos denodados del feminismo de línea dura, la sensibilidad femenina hacia los temas del amor sigue ahí, inmodificable y obstinada.
Cuando la motivación está centralizada en la sobreprotección del «sexo fuerte», las relaciones de pareja suelen tomar la forma de «amadrinamiento», en la que el desequilibrio es evidente. Nada más demandante y egoísta que un hijo dependiente. Basta pensar en aquellas mamás de avanzada edad que todavía siguen soportando las demandas, muchas veces agresivas e irracionales, de los hijos hombres mayores, separados o solterones. Para muchos niños pequeños y no tan pequeños, la mamá existe únicamente para que ellos puedan vivir: «Mis necesidades son más importantes que las tuyas: tu deber es ayudarme a sobrevivir, cueste o que te cueste”.
Las mujeres que se enredan en este tipo de relaciones madre/hijo no se casan sino que adoptan a sus maridos, no se «cuadran» sino que se descuadran. Los noviazgos en los que la novia hace las veces de tutora terminan casi siempre en una telaraña de sentimientos encontrados muy difíciless de solucionar. De hecho, salirse de una relación en la que el otro está desvalido y depende de uno, no es tan simple como parece. La culpa se entremezcla con la lástima, y la frustración de no poder escapar va adquiriendo un parecido mortal a la claustrofobia. Dejar al novio, al marido o al amante, vaya y pase, ¡pero dejar a un hijo!, eso sería una forma de malformación genética, un monstruo afectivo:
«¿Para qué lo adoptaste si lo ibas a devolver?».
Es indudable que lo maternal y lo paternal están presentes en cualquier tipo de relación afectiva: es inevitable el deseo de socorrer y cuidar a la persona que uno quiere. Pero una cosa es preocuparse y otra- asumir la responsabilidad afectiva y moral del bienestar ajeno. No olvidemos que también existe el apego al sufrimiento de la pareja como una forma de sentirse útil e imprescindible. Un apego singular, que a veces pasa inadvertido, tan fuerte como el amor y tan categórico como el sexo.

Detrás de la personalidad autodestructiva se esconde una gran dependencia emocional y el afán de hallar alguien ejor que. Pueda aportarles lo que ellos no tienen.

Extraído del libro «Amores Altamente Peligrosos» de Walter Riso

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Hubo un gran violinista llamado Paganini. Algunos decían que era una persona extraña. Otros, que había en él algo sobrenatural. Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido diferente, y por eso nadie quería perder la oportunidad de verlo tocar. Una noche, el escenario estaba repleto de admiradores preparados para recibirlo. La orquesta entró y fue aplaudida. EL director entró y recibió una gran ovación. Pero cuando la figura de Paganini surgió, triunfante, el público deliró. El violinista se puso el instrumento en el hombro, y lo que siguió fue indescriptible: blancas y negras, fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas parecían tener alas y volar al toque de aquellos dedos encantados.De repente, un sonido extraño interrumpió el ensueño de la platea: una de las cuerdas del violín de Paganini se había roto. El director paró. La orquesta se calló. El público estaba en suspenso. Pero Paganini no se detuvo. Mirando su partitura, continuó extrayendo sonidos deliciosos de su violín atrofiado. El director y la orquesta, admirados, volvieron a tocar.Cuando el público se tranquilizó. De repente otro sonido perturbador atrajo su atención. Otra cuerda del violín se rompió. El director y la orquesta pararon de nuevo, mas Paganini continuó como si nada hubiera ocurrido. Impresionados, los músicos volvieron a tocar.Pero el público no podía imaginar lo que iba a ocurrir a continuación. Todos los asistentes, asombrados, gritaron un “¡oohhh!” que retumbó por la sala: otra cuerda del violín se había roto. El director y la orquesta se detuvieron. La respiración del público cesó. Pero Paganini seguía: como un contorsionista musical, arrancaba todos los sonidos posibles de la única cuerda que le quedaba al destruido violín. El director, embelesado, se animó, y la orquesta volvió a tocar con mayor entusiasmo. El público iba del silencio a la euforia, de la inercia al delirio.

Paganini alcanzó la gloria, y su nombre corrió a través del tiempo. No fue apenas un violinista genial, sino el símbolo del profesional que continúa adelante aun ante lo imposible.

Cuando todo parece derrumbarse, démonos una oportunidad y sigamos adelante; despertemos al Paganini que existe en nuestro interior. La celebridad es el arte de continuar donde otros resuelvan parar.

Extraído del libro “La culpa es de la vaca”

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